La Madurez

Dar a las cosas la importancia que tienen

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  1. Canela_
     
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    Pasar por alto.

    Saber pasar por alto tantas menudencias surgidas al filo de la vida cotidiana es, sin duda, una muestra de madurez. Es cansado escuchar cómo transcurren muchas conversaciones, sin más hilo conductor que la enumeración de lo acaecido.
    Omitir estos hechos cotidianos es manifestación clara de inteligencia y elegancia. La persona inteligente de alguna manera se desvincula de lo anecdótico de su vida, a la vez que no hace de sí mismo el tema central de sus conversaciones. Es necesario hacer lo que esté de nuestra parte para no caer en este vicio tan extendido. La cultura ayuda, desde luego, a elevar el tono a la hora de hablar, porque se es capaz de hacer síntesis, globalizaciones y críticas. El hombre culto no se siente obligado a reproducir en su encuentro con los demás lo que de trivial hay en su vida. Únicamente el cariño —y algunas veces la educación— son capaces de soportar el suplicio que supone escuchar heroicamente una retahíla de trivialidades. Todos deberíamos echar mano de nuestro espíritu de autocrítica para no caer en este comportamiento. La mayoría de las cosas que nos suceden no tienen tanta importancia como para contarlas a los otros. Son pequeñas menudencias que carecen de entidad suficiente para ser objeto de una conversación y todos tendríamos que procurar no repetir lo que ya hemos dicho. Pero, además, es necesario sentir un cierto amor a la cultura, para que ella nos sirva de alimento a la hora de hablar. No cabe duda que la lectura es el medio más eficaz para disponer siempre de los recursos suficientes para que nuestras charlas no caigan en la vulgaridad. La lectura nos da conocimientos y desarrolla nuestro espíritu crítico, sin el cual es difícil hacer un juicio correcto de la realidad. Las personas son en gran parte lo que leen. Tal vez cueste creer esta última afirmación, pero si se piensa bien se llegará a la conclusión de que es verdadera. De donde no hay, nada se puede sacar. Si el mundo cultural no está presente en nuestros intereses difícilmente nuestras conversaciones podrán trascender las menudencias de la vida cotidiana. Es realmente difícil no recrear las pequeñas incidencias del día a la hora de hablar con los otros. Y también es difícil no hacerlo en tono de queja. Se hace necesario un cierto olvido de sí porque sin él es imposible que nuestras conversaciones no giren en tomo a nosotros mismos. Hemos de convencernos de que las cosas que nos suceden no son siempre tan importantes como para traerlas a colación en nuestras charlas con los demás. Pero, por lo general, la gente no tiene presente este criterio cuando habla. Ni siquiera el deseo de ser bien educados les impide caer en este defecto que tan desagradable hace la convivencia, que tan necesitada está de refuerzos positivos.

     
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  2. Canela_
     
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    La sinceridad.

    Las relaciones entre personas sólo llegan a ser humanas si son sinceras. Las medias verdades, las ironías, los eufemismos, las pequeñas mentiras, las exageraciones, etc., infantilizan a aquellos que las practican, a la vez que se descalifican a si mismos. Hay que entrar de una vez por todas por el camino de la verdad haciendo un alarde de sencillez y transparencia. Somos quienes somos y nos manifestamos como tales, y así debemos ser aceptados por los demás. Y si no nos quieren, ése será su problema. Todo antes que la hipocresía o la mentira. Aparentar lo que no se es cansa al alma y por si fuera poco no convence a los demás. El querer ser más de lo que en realidad se es origina muchas actitudes falsas que al exteriorizarse en palabras envenenan las relaciones humanas, debilitándolas de muerte. Un hombre y una mujer maduros, por su misma honradez, no se prestan a este juego, entre otras cosas porque están seguros de sí mismos y la opinión que los otros puedan tener de ellos les importa relativamente poco. La vanidad que distorsiona tantas conversaciones es un vicio propio de personas inmaduras, que no son capaces de afrontar la realidad tal cual es. La sinceridad es ante todo una forma de ser más que una manera de manifestarse, por eso las personas sinceras están adornadas de un encanto especial, porque todo lo verdadero convence. La única salida que tenemos los humanos para encontrar el calor de la presencia de otro es convencernos de que desnudando la verdad de todos los falsos artificios que pueden disimularla encontraremos el auténtico entendimiento y la aceptación mutua. Son tantos los formalismos, sobre todo entre personas mayores, que detrás de ellos parece que ya sólo queda el desierto. Se habla mucho, más de lo necesario, pero muchas de estas palabras se encuentran vacías de carga humana, de sentido, no están atravesadas por la emotividad y el cariño. Quien se manifiesta frío y distante, escondiendo su lado más humano, buscando tal vez una conducta elegante o autoritaria, rechaza de pleno un verdadero encuentro con los otros, que no les pasa inadvertida esta forma de comportarse. Creerse más importante que otro es instalarse de lleno en la mentira e imposibilitar unas relaciones sociales sinceras. A nadie le gusta toparse con fantasmas, sino encontrarse con personas de carne y hueso. La sinceridad permite que dejemos de ser entelequias para los demás y nos vean como uno de los suyos. Si nuestro discurso no es sincero pierde fuerza y no convence, y termina aburriendo, porque hay cosas que no se explican ni se entienden, porque nuestros mensajes son confusos, sin transparencia. Hablar es decir la verdad, por eso resulta tan interesante escuchar lo que otro nos dice. Desde la madurez es fácil situarse en el ámbito de la verdad, quizá el inmaduro trate de esconderse en la maraña de las palabras para aparentar la madurez que no tiene.

     
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  3. Canela_
     
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    Olvido de sí.

    Hemos de ser conscientes de que nuestro protagonismo tiene un límite. Lo deseable es que estemos pendientes de los demás, escuchándoles, interesándonos por sus cosas, un poco olvidados de nosotros mismos, abiertos a los otros. No es sólo cuestión de elegancia, sino también de humanidad. El diálogo no es la conjunción de dos monólogos. La persona que únicamente habla de sí misma no oye a su interlocutor, y entonces no es posible el intercambio de ideas y afectos. Es éste un vicio muy extendido que empobrece la convivencia hasta grados insospechados. Sin haber alcanzado una cierta madurez es muy difícil el autocontrol necesario para no dar rienda suelta a lo que se nos ocurre. Hay que saber prescindir de nuestros propios intereses personales —muchas veces irrelevantes— para enriquecernos con el mundo ajeno tanto de las personas como de las cosas. El olvido de sí no presupone un desinterés por nuestras cosas, supone sólo traer a colación constantemente lo que nos preocupa, olvidando tal vez que los demás también tienen sus preocupaciones. Deberíamos ser conscientes de con quién estamos hablando para decir nada más lo adecuado y conveniente. Las confidencias por parte de personas casi desconocidas explican cómo con frecuencia se habla sin tener muy en cuenta con quién. Hay en esta incontinencia verbal una muestra clara de inmadurez. En todo momento se debe sacar con quién se habla y de qué. Hacerlo de una manera incontrolada acarrea graves daños a nuestra persona. La intimidad debe ser un recinto de difícil acceso y reservada para aquellos que merezcan nuestra confianza. Deberíamos, sin lugar a dudas, hablar menos y escuchar más, así aprenderíamos también más y no cometeríamos tantas indiscreciones, que en muchas ocasiones son fruto de un protagonismo desmedido. Además, es poco elegante que el centro de nuestras conversaciones seamos nosotros mismos. Es bueno quedar un poco al margen de tantas palabras que se dicen sin casi ser escuchadas. Siempre hay tiempo para hablar; en cambio, retirar la palabra dicha es muy difícil. No debemos olvidar la dimensión moral que las conversaciones tienen. Es un deber por nuestra parte no caer en calumnias, difamaciones y murmuraciones. Y cuando se habla mucho es fácil sucumbir en estos vicios de consecuencias tan desagradables. Por el contrario, el saber callar en el momento oportuno no es sólo un signo de sabiduría, sino también de madurez.

     
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  4. Canela_
     
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    La enfermedad.

    Hacer de la propia enfermedad un espectáculo indica una manifestación de inmadurez. Hay personas que sólo saben hablar de las pequeñas o grandes molestias que sienten, es el tema constante de sus conversaciones, parece que a través de sus palabras buscan la compasión de los demás, no cabe duda de que se trata de una actitud infantil. ¿Qué sentido tiene el ir contando indiscriminadamente las molestias personales a todo el mundo? La madurez sabe crear ámbitos de intimidad reservados únicamente a personas determinadas. El victimismo es incompatible con una personalidad madura, porque se trata de una actitud ante la vida que no asume a ésta como es. El que se considera una víctima de su propia enfermedad está ignorando el sufrimiento ajeno. No se explica cómo tantas personas hacen de su enfermedad un espectáculo público. Resulta cansado comprobar una y otra vez como la gente se queja, con las personas más insospechadas y en los lugares más inesperados, de su salud. Parece a veces que no hay otros temas de que hablar o que se busca por encima de todo el propio protagonismo. La enfermedad pertenece al ámbito de la intimidad, no es desde luego un secreto, pero eso no justifica que para reclamar la atención de los otros hagamos una exhibición de nuestros males. En cambio, no hay ningún inconveniente que a personas —pocas-— previamente escogidas por nosotros hagamos partícipes de nuestras molestias. Ellas pueden sernos motivo de consuelo y ayuda. Todos necesitamos que nos escuchen y nos animen, y más en los momentos difíciles. No es malo, sino todo lo contrario, abrir el corazón, pero hay que hacerlo con la persona adecuada y en el momento oportuno. Abrir nuestra intimidad de una forma indiscriminada indica, además de poco control, un poco olvido de sí mismo, imprescindible para ayudar a los demás. El hombre maduro sabe esperar, no se siente obligado a contarlo todo y enseguida. El niño, el inmaduro, por lo contrario, es impaciente. El mundo de la enfermedad es un mundo íntimo que no debe ser expuesto indiscriminadamente a la mirada ajena, porque perdería lo que tiene de sagrado. La enfermedad nunca dejará de ser un misterio en la vida de los hombres. Y como tal misterio hay que tratarla, no llevándola de boca en boca haciéndola pública innecesariamente. Quien sufre debe saber que la mayor parte del tiempo debe llevar su peso a solas. Los otros pueden acompañamos en algunos cortos trayectos, pero nada más, y en la mayoría de las ocasiones no sabrán nada de lo que realmente nos está sucediendo. El dolor busca el silencio y a veces la soledad para ofrecerse con más nitidez en holocausto.

     
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  5. Canela_
     
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    La mala comunicación.

    Recalar en este aspecto de las relaciones humanas es una exigencia, porque —triste es decirlo— nos comunicamos mal. No sé yo si tanta soledad no se debe a esta deficiencia más que a la falta de compañía física. Las prisas, los nervios, la ansiedad, la falta del gusto por la palabra bien dicha son no cabe duda algunas de las razones de este atropello en nuestras conversaciones, cada vez más alejadas de un intercambio claro y pausado de impresiones. El otro parece es más una excusa para nuestro desahogo interior que un verdadero interlocutor con quien confrontar opiniones o experiencias. No hay más remedio que reivindicar el diálogo socrático para ver si por este camino conseguimos una mayor calidad en nuestra manera de contarnos las cosas. Algo, pienso yo, habrá que hacer para que todo no quede en monosílabos: vale, de acuerdo, ya nos veremos, recuerdos, hasta la vista, etc. Los tópicos se van sumando unos a otros y son capaces de confeccionar diálogos enteros en los que no se dice absolutamente nada: ¿hay derecho a este uso frívolo del lenguaje? Quien no habla bien, no se comunica bien. No es fácil poner orden a las palabras, tampoco lo es hilvanarlas lógicamente, establecer nexos y conexiones. Para entenderse es necesario explicarse bien. Con medias palabras y suposiciones, y sobre todo con emociones distorsionadoras, es prácticamente imposible que dos personas se entiendan. Es otra la propedéutica a seguir. Es imprescindible contar con el factor tiempo. ¿Qué madurez puede existir entre personas que no se comunican bien? La madurez exige una confrontación serena de los problemas con los demás. Las cuestiones que ocupan nuestra vida son con frecuencia lo suficiente complejas y exigen un intercambio pausado de pareceres. El que no es maduro se deja llevar con facilidad por entusiasmos arbitrarios, por caprichos, por decisiones poco sopesadas. Sólo el hombre o la mujer maduros dan importancia a la opinión del otro, que la ve más como un enriquecimiento personal que como una oposición a sus propios deseos. Oyendo hablar a una persona se puede calibrar su grado de madurez. Sobre todo observando sus silencios, tan elocuentes o más que sus propias palabras. La incomunicación es fruto de un proceso de despersonalización. Cuando no se ha cultivado el mundo interior, llega un momento sencillamente que no se tiene nada que decir (interesante, me refiero). Las personas maduras al hablar imponen un respeto que es difícil que pase inadvertido. Están revestidas de una autoridad, que viene reforzada hasta por su tono de voz. No acceden con facilidad a argumentos de autoridad ni recurren a la elevación de la voz para imponer sus criterios, son, por el contrario, tolerantes y saben respetar con una delicadeza exquisita la libertad ajena y hasta perdonar las estupideces del interlocutor que se ve acorralado por la lógica de la razón. Una buena comunicación no se improvisa, es consecuencia de una personalidad que ha ido madurando con el tiempo necesario, sin prisas.

     
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  6. Canela_
     
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    La paciencia.

    El ejercicio de esta virtud es prueba clara de madurez. No cabe duda que la vida nos enseña a ser pacientes, pero aun así hay quienes no aprenden esta lección. Desde luego que no es fácil mantener la paz cuando las circunstancias son adversas, y en cambio es muy necesario para que la convivencia no se vea salpicada por disgustos. El quererlo todo hoy, ahora, no es buen criterio para andar por la vida. Con frecuencia hay que contar con el factor tiempo. De acuerdo que el tiempo solo no arregla las cosas, pero sin él es difícil conseguir muchas cosas. Según nos vamos alejando de la adolescencia los hombres debemos introducirnos en la paz y en la tranquilidad. Nada más hermoso que el fluir de los días sin ningún tipo de estridencias desagradables. Los nervios incontrolados son muchas veces manifestación de inmadurez; de no haberle tomado la medida a la vida. Lo mismo ocurre cuando el desconcierto surge por un motivo no proporcionado. Poner el grito en el cielo debería ser algo excepcional y no la actitud acostumbrada ante un pequeño contratiempo. Las personas maduras tienen un gran control de sí mismas. Saben que todo tiene arreglo y no se dejan impresionar fácilmente por lo que se les muestra adverso. La vida está llena de pequeñas y grandes contradicciones ante las cuales no hay que sucumbir. La paciencia es, no cabe duda, una gran ayuda, sin ella los problemas se multiplican innecesariamente. Con más frecuencia de la deseada abundan las prisas y éstas son el motivo de que se rompan los nervios y se pierda la paciencia. Habrá que hacer algo —programar mejor— para que esto no ocurra. Las mismas causas producen los mismos efectos. No podemos estar tropezando siempre en la misma piedra. Y más cuando el tipo de vida actual nos lleva de un sitio a otro sin casi disponer de tiempo. Por lo menos —como nos invitaba Séneca— salvemos nuestro interior de esa crispación que externamente nos envuelve. El reconocer que no somos más importantes e inteligentes que los demás también nos facilita el ser comprensivos con ellos. El prepotente no suele establecer buen consorcio con la paciencia. Su actitud negativa ante los demás le lleva a descalificarlos y a no tener paciencia con sus defectos. Habría que insistir más en que defectos los tenemos todos, para que así no nos produjera extrañeza cuando los detectáramos en nosotros mismos o en los demás. Algunos —pocos— interpretarán como debilidad el arte de ser pacientes. Es que la virtud no es buena aijada del poder. Los que triunfan no son siempre los mejores. El mundo de los valores se mueve por otros derroteros distintos sembrados por la dulzura, la comprensión, la paciencia, la serenidad...

     
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  7. Canela_
     
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    Independencia.

    Es sabido por todos que la excesiva dependencia de los demás es muestra de inmadurez. Las personas maduras son en cierto grado autosuficientes. No se trata de falta de solidaridad sino de capacidad de autodeterminación. Es índice de inmadurez estar siempre pendiente de lo que dicen los otros. Y es índice de inmadurez necesitar en todo momento la presencia de los demás. Los años nos enseñan a disfrutar, cuando es necesario, de la soledad. Se trata realmente de una conquista, porque no siempre podemos disponer de la compañía de los demás. A veces resulta difícil encontrar la persona deseada para salir de la soledad. La distracción es necesaria mientras no se convierta en un reclamo constante para nuestra felicidad. Querer estar siempre entretenido por la presencia de los otros es instalarse de lleno en la frivolidad. Dedicar horas y horas a la lengua es sin duda la peor inversión que se puede hacer. En cambio, aprovechar nuestra capacidad de independencia para dedicarnos a otras actividades es más útil y enriquecedor. Con frecuencia, cuando se dice que una persona es independiente estamos haciendo una valoración peyorativa de ella; porque la estamos considerando insolidaria. Y esta apreciación es incorrecta. El tener capacidad de autodeterminación es sin duda una cualidad positiva, que debe inculcarse desde la infancia para que haya un desarrollo equilibrado de la personalidad. A veces un excesivo proteccionismo —generalmente por parte de las madres se convierte en un obstáculo serio para que el niño aprenda a ejercer su libertad. Ser autosuficiente es, sin duda, una gran ventaja que permite a quien lo es no estar dependiendo siempre de los demás. Es bueno poseer los recursos necesarios para afrontar las distintas situaciones que la vida nos presenta. La persona madura sabe encontrar para cada momento los recursos necesarios. No se desconcierta con facilidad, y con frecuencia, sin echar mano de otro, es capaz de resolver el problema que se le presenta. Sin embargo, el inmaduro a la menor de cambio recurre a una segunda persona para que le solucione el conflicto que se le ha venido encima. Su dependencia de los demás les convierte en seres muy condicionados, que no gozan de la autosuficiencia necesaria para desenvolverse en la vida. Por eso terminan conviniéndose en seres débiles y especialmente vulnerables. Conjugar la capacidad de independencia con la solidaridad es desde luego un buen binomio para no caer en un individualismo y ser útil a nuestros semejantes. Depender excesivamente de los demás es una limitación; olvidarse, una injusticia.

     
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  8. Canela_
     
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    Seguridad.

    La estructura humana es abierta, de ahí la necesidad de la elección. El hombre y la mujer no pueden dejar de elegir, les va en ello la vida. Cualquier tipo de determinismo tiene un límite, luego hay que escoger. El ejercicio de la libertad es una característica propia del ser humano; lo mismo que la responsabilidad. La persona indecisa, sin seguridad en sí misma, está en gran parte incapacitada para hacer uso de su libertad. Las falsas seguridades, desde luego, no son de desear, llevan a equivocaciones y a veces irreversibles. Pero es muestra de una personalidad madura saber qué es lo que se desea, tener sus propias convicciones, y son precisamente esas convicciones las que van diseñando el perfil personal. Sin elecciones individuales nuestro diseño biográfico quedaría difuminado. Es necesario dejar constancia de las propias preferencias. No elegir es ya una forma de elegir. La persona humana en cierta manera es elección. Por eso las inseguridades más allá de lo razonable no son buenas, porque paralizan la dinámica de la vida. Hay personas que en mayor o menor grado son la encamación misma de la inseguridad, una inseguridad que es sin duda paralizante. Parece que para ellas nada reúne los requisitos necesarios para convertirse en objeto de su elección. Suelen ser hombres y mujeres que se fijan demasiado en el lado negativo que todas las cosas tienen, ignorando que en la realidad todo tiene sus ventajas e inconvenientes. Tal vez hay escondido en este tipo de actitudes un cierto perfeccionismo. Habría que recordarles a esta clase de personas el adagio latino: lo mejor es enemigo de lo bueno. También el dar excesiva importancia a nuestras elecciones es causa de esas indecisiones, hay que tratar de desdramatizar en lo que se pueda todos aquellos trámites que constituyen el entramado de nuestra vida. Todo es bastante más relativo de lo que parece. Eso no quiere decir que a lo largo de nuestra vida haya algunas elecciones de cierta trascendencia. Depender excesivamente de lo que los demás opinan de nuestras cosas es muestra clara de inmadurez. A nadie le gusta ser recriminado por los otros, pero de ahí a anteponer su punto de vista al nuestro hay un largo trecho. Los otros deben quedar siempre en un discreto segundo plano y, desde luego, no pueden condicionar por completo nuestras decisiones. Somos cada uno de nosotros los que trazamos nuestra propia trayectoria vital. Cuando se alcanza la madurez se sabe lo que se quiere y se hacen más fáciles las elecciones. Y se conoce también aquello que no nos gusta. En aprender a elegir está el éxito de nuestra vida. Los inmaduros, los que se desconocen, tienen pendiente una asignatura necesaria.



    Edited by Canela_ - 16/8/2006, 10:51
     
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  9. Canela_
     
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    El enjuiciamiento personal.

    Nuestras acciones deben ir acompañadas de un enjuiciamiento personal a través del cual hacemos una valoración de nuestra conducta. El propio desconocimiento característico de la persona inmadura impide que su autoobservación sea válida. De esta manera al no ser consciente de sus equivocaciones, éstas siguen repitiéndose sin posibilidad alguna de ser corregidas. Así se explican esas personalidades erráticas sin el menor atisbo de cambio. El tener un conocimiento acertado de nosotros mismos pasa por la madurez. Únicamente la persona madura es capaz de reconocer sus errores. Lo fácil —y lo más corriente es echar la culpa a los demás. Quienes asumen la responsabilidad de sus actos están dando clara muestra de su madurez. Es frecuente encontrarse con personas muy inteligentes a la hora de enjuiciar a los demás, dando muestras incluso de un fino espíritu crítico, pero absolutamente desconocedoras de su propia realidad. Aquí queríamos llegar. ¿Qué hacer? Alguna solución tendrá que haber para que esas personas salgan de su autodesconocimjento que tanto mal reporta a ellos mismos y a los demás. La dificultad —la gran dificultad radica en su propia ceguera para descubrir lo que de negativo hay en su forma de ser. Los que se autobendicen quedan incapacitados para descubrir y corregir sus propios errores. Así se explican muchos comportamientos problemáticos de difícil solución, porque la solución pasa precisamente por el autorreconocimiento de las equivocaciones personales. Y el hombre y la mujer maduros son capaces de reconocer sus errores sin que ello suponga un desfondamiento de su personalidad. Parece mentira pero es así, hay quienes no soportan con serenidad una crítica, y quizá también por eso no se la hagan ellos a sí mismos. No siempre en nosotros todo anda por los cauces debidos, presuponer que esto es así indica, al menos, una ingenuidad. Así pues, no es incompatible con la seguridad que cada uno de nosotros ha de tener en si mismo una cierta desconfianza en nuestra forma de actuar, para detectar cuanto antes las posibles equivocaciones y corregirlas. Las excesivas seguridades no son buenas, porque nos pueden incapacitar para reconocemos tal como somos. No cabe duda que el autoenjuicialniento no es fácil. Estamos tan próximos a nosotros mismos que se carece de la perspectiva necesaria para conocer el objeto de nuestra propia realidad. Pero hay que hacer el esfuerzo necesario para obtener un conocimiento, además de nosotros mismos, para optimizar lo bueno y buscar otras alternativas para lo menos afortunado de nuestra forma de ser. Ni conformismo ni victivismo: ésta es, sin duda, la clave que debe presidir la filosofía de nuestro autoenjuiciamiento personal. Tal vez de este modo se evitarían muchas conductas obstinadamente equivocadas y se abrirían a la verdad.

     
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  10. Canela_
     
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    Distracción.

    Cuando la filosofía de la distracción invade prácticamente toda la vida del hombre difícilmente alcanzará la madurez, porque ésta necesita espacios de reflexión para atender a sus propios problemas y distanciarse de todo lo que es superfluo e innecesario. Los medios de comunicación además de distraernos nos bombardean de tal manera con sus noticias, que hacen casi imposible tomar posturas personales. Todos necesitamos distanciamos de estos medios para así tomar la medida de las cosas. La saturación de palabras e imágenes sólo conduce a la confusión, a una fuga hacia delante donde nada queda resuelto. No es fácil librarse de estas tiranías, como tampoco lo es enfrentarse en soledad y en silencio con uno mismo. Pero algún freno habrá que poner a estos medios de comunicación que lo invaden todo mediatizando la vida humana. El hombre y la mujer maduros se soportan bien a sí mismos. No necesitan estar siempre distraídos de su propia realidad para encontrar sentido a sus vidas. Una vida auténtica, y por tanto madura, pasa necesariamente por momentos prolongados de seriedad La seriedad es compatible con el buen humor, el optimismo y la alegría. Lo que no son compatibles con la seriedad son el infantilismo y la frivolidad propia de los inmaduros. Parece que todas las actividades humanas deben ir presididas por el reclamo de la distracción para tener éxito. Evidentemente, lo profundo no está de moda, al menos lo que a los planteamientos vitales se refiere. Un cierto aire desenfadadamente informal lo llena todo, hasta la omnipresente música ambiental ha eliminado los largos silencios de épocas anteriores. Los espacios de silencio se han convertido en un lujo inalcanzable. Con tantos reclamos alrededor no hay manera de acceder al mundo de la reflexión, tan necesario para obtener conclusiones y avanzar así en el proceso de maduración personal. La distracciónn una vez ha alcanzado el umbral del descanso debe cesar. Cuando la riqueza interior de una persona es grande resulta difícil que surja el aburrimiento, no se necesita recurrir al medio socorrido de la distracción. Muchas veces es más importante lo que nosotros nos podamos decir que lo que viene de fuera. Lo que procede del exterior en cierta manera nos es ajeno. No nos interpela tan directamente, no reclama nuestra atención más profunda. Todos corremos el riesgo de hacer de la frivolidad una norma de vida, rehuyendo todo lo que la vida tiene de serio y de comprometido. La madurez personal, si se ha alcanzado, ayuda a no sucumbir al mundo de las distracciones y diseñar el propio proyecto vital con profundidad y hondura. Todo lo que sea ganar terreno a lo que nuestra existencia tiene de transcendente es, sin duda, una verdadera conquista.

     
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  11. Canela_
     
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    La capacidad de esperar.

    El niño se caracteriza porque lo quiere todo y ahora. No sabe esperar. Por el contrario la persona madura conoce el valor del tiempo y por eso cuenta con él. En la vida la actitud de espera está permanentemente presente. Todos tenemos proyectos, ilusiones y objetivos que únicamente se harán realidad contando con el factor tiempo. Saber vivir en esa espera sin desánimos y con serenidad de espíritu es propio del hombre y la mujer maduros. La persona inmadura no soporta el paso del tiempo sin conseguir su objetivo.
    Generalmente se desanima antes de hora. No es capaz de superar las dificultades que entraña hacer realidad cualquier proyecto. Todo en la vida necesita de un tiempo, de un tiempo que hay que respetar. Muchas veces nuestros deseos van por delante y nos causa sufrimiento no verlos hechos realidad pronto. Con los años vamos aprendiendo a tomarle medida a la vida, pero durante nuestra infancia y adolescencia el no poder conseguir las cosas hoy y ahora supuso desconcierto y dolor. Quien ha alcanzado la madurez conoce la importancia de la espera. Nada se cambia de un momento a otro. Nada se consigue de la noche a la mañana. Aunque a veces pueda parecer lo contrario. Es verdad que en ocasiones el transcurrir del tiempo dé la sensación de lento. No debemos olvidar que nuestro tiempo psicológico no siempre coincide con el tiempo cronológico. Con frecuencia nuestra mente va más deprisa que nuestra realidad, pero es ésta quien tiene la última palabra. Una cosa son nuestros deseos y otra nuestra realidad, y entre ellos dos, una actitud de espera que no sabe nada de nerviosismos y cansancios. El saber esperar supone de igual manera el silencio, el saber callar. No conduce a ninguna parte transmitir nuestra inquietud a los demás, sino a crear un clima de exasperación. La convivencia, las relaciones sociales están necesitadas de sosiego a la vez que andan sobradas de ansiedad. Nada que lleve a incrementar el nivel de nerviosismo en el trato con los demás es bueno. Los problemas, la mayoría de las veces, no se solucionan por comunicarlos indiscriminadamente a los otros, sino por el paso del tiempo (y los medios oportunos). La vida tiene sus tiempos y hay que saber ajustarse a ellos. Las personas inmaduras se caracterizan entre otras cosas porque no saben situarse en su propia realidad temporal. Con el paso de los años nos vamos percatando mejor de la fugacidad del tiempo y como resultado de esta percepción la prueba de la espera se hace menor, aunque también es verdad que para cualquier anciano la espera, si es larga, entra en conflicto con el fin de su vida. Tal vez se nos está contagiando la inmediatez de la máquina automática, pero hay muchas facetas de la vida humana —las más importantes— que no responden a la rapidez de apretar un botón, y es ahí donde hay que demostrar la talla de una persona madura.



    Prólogo.


    Todos los que hemos pasado la juventud damos por supuesto que hemos adquirido la madurez, pero tal vez no sea así. Hay veces que son demasiado patentes las manifestaciones que lo desdicen. No cabe duda que son muchas las personas que no han sabido —o no han podido— alcanzar el desarrollo pleno de su personalidad. La madurez conlleva necesariamente al autoconocimiento y al conocimiento ajeno. Conocimientos que a su vez conducen a la autocrítica y al autocontrol. Dar por supuesto que cualquier pensamiento, palabra o idea está llena de razón porque procede de mi inteligencia, es no sólo un despropósito, sino también el inicio de una conducta que nos lleva inexorablemente a la equivocación. Y si a eso añadimos que son muchos los que no reconocen su equivocación tendremos un bosquejo bastante aproximado del devenir de las relaciones humanas. Sin autocrítica no es posible recorrer el camino que conduce a la verdad. Únicamente ella puede salvarnos de los principios que a derecha y a izquierda se nos presentan en nuestro camino. Confiar incondicionalmente en uno mismo además de una imprudencia es un criterio de error. Sin autoestima y confianza en sí mismo no se puede esquivar la neurosis,lee bien
    no pero con la prepotencia de una autoafirmación sin límites tampoco es posible la convivencia (ni siquiera consigo mismo). Afirmar algo no implica necesariamente negar lo contrario. La autocrítica no está reñida con la autoestima, pueden —deben—-convivir juntas regidas por la inteligencia. ¿Pero no será demasiado complicado manejarse con tanto concepto psicológico? ¿No es la vida una realidad más sencilla? ¿Tal vez no estamos cayendo en un exacerbado psicologismo? A estas preguntas habría que contestar que una cosa es problematizar —en este caso al hombre— y otra muy distinta profundizar en aspectos que nacen de una reflexión seria y serena sobre el hombre. Pienso que vale la pena que con ilusión nos enfrentemos al reto de analizar todos aquellos elementos que conducen al hombre a la madurez, porque en ella nos va nuestra plena realización como personas humanas y una feliz convivencia.


    FIN.
     
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  12. ebichu
     
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    Muchísimas gracias, Canela. No dejes de prestarnos aquellos textos que consideres que merecen ser compartidos, son de gran ayuda...

    Sobre todo, muchas gracias por este último; gran parte de mi inmadurez viene de un descoloque absoluto en <la realidad temporal>, simplemente... no sé lo que significa el tiempo. No entiendo de secuencias ni series, tales como proyectos, tareas, pasos... tan necesarios para llevar a cabo realidades concretas.

    Así que gracias por catalizar de alguna manera reflexiones que pertenecen a mi trabajo personal...
     
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  13. Devyatka
     
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    Sabes Canela este ultimo me parecio un poco el mas friki...

    ...desafortunadamente siempre he visto y sentido que lapaciencia no es una virtud ya que he vivido bajo la premisa de "al que espera lo matan", ahi de cierta forma es un pooc conflictivo.
     
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  14. Canela_
     
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    Pues…, yo opino totalmente diferente a ti.
    Estoy convencida, de que muchas veces las prisas sirven única y exclusivamente para impedir que el presente se viva con gozo. La paciencia hay que trabajársela e ir desarrollándola poco a poco y de este modo, ir viendo con claridad el origen de los problemas para buscar la mejor solución. La paciencia sí es una gran virtud, pero desafortunadamente se hace poco uso de ella. Para saborear y disfrutar de un fruto, hay que dajarlo en el árbol y esperar hasta que madure.
    Otra cosa es verse ante un cañón apuntándonos y quedarse esperando a ver si acierta en el blanco. En esta situación lo más aconsejable es salir corriendo y sálvese el que pueda…
     
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58 replies since 28/6/2006, 08:28   766 views
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